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Correas para niños: ¿sí o no?

Las correas con arnés o mochila para sujetar a los niños tienen sus amantes y detractores. ¿Por qué? ¿Hay algo malo en ellas?

Para algunos padres una salvación y para otros una aberración, es que las correas para niños, esas en las que el pequeño va sujeto (con un arnés o mochila) a través de una soguita que sostiene el adulto, tienen sus amantes y detractores. Pueden convertirse en la solución para viajes, paseos en lugares donde hay mucha gente, o salidas en las que presentimos que podemos llegar a perder el control entre el cochecito, las bolsas y el hermano mayor que corre para todos lados, pero también pueden generar mucho rechazo. ¿Por qué? ¿Hay algo malo en ellas?

De por sí, las correas para niños no son perjudiciales, sobre todo si las pensamos como un objeto para utilizar en alguna situación específica, pero la realidad es que su uso sistemático puedo hacernos perder algo fundamental, que es la conexión con nuestro hijo.

Tal vez suene fuerte ponerlo bajo estos términos, sin embargo, si es usada constantemente, la correa termina reemplazando la mano de los padres, el contacto físico, la mirada, el sostén, el acompañamiento y la construcción de confianza, claves para una etapa de la vida donde se están construyendo las bases sobre las que el niño mirará y comprenderá el mundo que lo rodea.

Es cierto que un niño pequeño no tiene noción del riesgo que implica, por ejemplo, cruzar la calle solo, pero es responsabilidad de los adultos ayudarlo a comprender estos riesgos que la vida le va a ir poniendo y a que vaya construyendo autocontrol de su cuerpo, autoconfianza, y no desde un medio físico sino desde la palabra, explicándole, cada vez que haga falta -no importa si hay que repetirlo, ni lo berrinches que provoque-, que por su seguridad debe ir de la “mano de mamá”, a su lado, que no debe salir corriendo solito, que la calle no se cruza solo hasta que sea más grande, que cuando hay mucha gente no debe despegarse de al lado de papá o de mamá porque puede perderse, etc.


Por otro lado, hay situaciones y ámbitos que no son ideales para los más chiquitos y donde los riesgos de que “se nos pierda” son mayores. Un shopping repleto de gente, por ejemplo, no es el mejor lugar para un niño de 2 años que se aburre rápido. Teniendo en cuenta esto podemos prever ciertas situaciones y evitarlas o postergarlas, en la medida de lo posible, para no tener que salir a las corridas buscando al niño que se nos perdió entre la multitud o que salió corriendo.

Muchas veces se trata de anticiparse y tener en cuenta los límites de tolerancia del niño, hasta dónde puede acoplarse a nuestra rutina, y decidir en consecuencia y en pos de su cuidado, sabiendo que lo mejor es enseñarle y acompañarlo desde la comunicación, construyendo un vínculo desde el “yo te miro”, “yo te comprendo”, “yo te cuido”.

Asesoró: Lic. Alejandra Libenson, psicopedagoga,
autora de Criando hijos, creando personas y Los Nuevos Padres

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