Pasar al contenido principal

La autoestima en la adolescencia

Los padres somos los encargados de construir los cimientos de una buena autoestima en los hijos, y la adolescencia es un momento clave donde se ven los frutos de esta tarea.

La adolescencia es una etapa de muchos e intensos cambios. Estos cambios, que incluyen una revolución hormonal, pueden generar alegría y tristeza al mismo tiempo, sumadas a la aparición de ciertos complejos en relación a la imagen.

Adaptarse a estas modificaciones así como también aceptarlas y aprender a quererse con estas nuevas características toma cierto tiempo, y es en este proceso que la autoestima juega un rol fundamental.

 

¿Cómo alimentar la autoestima de nuestros hijos en esta etapa?


La autoestima se refiere al aprecio hacia uno mismo, y una buena autoestima tiene que ver con tener una visión realista y amorosa de uno mismo. El que tiene una buena autoestima no se siente por encima ni por debajo de los otros, se siente único en su singularidad, e igual a los demás.

La adolescencia es un momento de cambio donde la personalidad se está reinventando de acuerdo a las nuevas características que van apareciendo y esto hace que sea complicado apoyarse en las propias características, ya que son nuevas, y se está en constante cambio. 

Con este panorama es difícil encontrar adolescentes que no tengan complejos e inseguridades, sobre todo porque, además, son muy vulnerables al entorno. Sin embargo, aunque se hable mucho de la influencia de los medios de comunicación y sus mensajes, éstos no son decisivos a la hora de influir en la autoestima, no al menos tanto como lo son las opiniones y actitudes del entorno familiar, especialmente de los padres. 

Un adolescente -y un niño- apoyado y reconocido por sus padres, que recibe de ellos una actitud de aliento, respeto y cariño es más seguro y capaz de “mirar el todo” pudiendo pararse sobre sus puntos fuertes, pero sin desconocer los débiles o aquellos que no le gustan, e integrándolos con una actitud más amable.  También es un adolescente que no se expone a vínculos dañinos porque entiende su integridad emocional como importante y se siente digno de ser cuidado.

En cambio, un adolescente con baja autoestima es muy permeable a las opiniones ajenas, y su conducta y forma de pensar está enormemente influenciada por los demás. Es inconsistente, se mueve básicamente tratando de agradar, ya que no se considera lo suficientemente atractivo en sus características como para creer que el otro lo puede valorar. Introvertido o más expansivo, su conducta está puesta en el afuera y está muy pendiente de la mirada del otro.

En este contexto, la función paterna hace la diferencia. Los padres que escuchan a sus hijos, que muestran respeto por ellos y sus opiniones, sin interpretar que al hacerlo están perdiendo autoridad, los ayudan a sentir que su forma de pensar es digna de ser considerada.

No hay nada más nocivo para la autoestima de un chico que marcarle constantemente sus errores o aquello que hace mal, con una actitud extremadamente crítica y sin darle oportunidad para hacerlo distinto. Una crítica debería ser como un rescate en el agua: cuando arrojamos un salvavidas a alguien la idea no es hundirlo, sino darle una herramienta para que pueda salvarse.

Los errores son una parte normal del camino, y está en los padres saber acompañar a los adolescentes en el proceso de aprender a hacer las cosas de otra manera, dialogar con ellos y rescatar las opiniones y actitudes maduras que presentan.

En este proceso también es importante estimular la responsabilidad de manera gradual y siguiéndolos de cerca –sin invadirlos- para que se sientan cuidados y valiosos, no “vigilados”. 

Reconocer sus logros, fomentar el pensamiento propio y enseñarles a defenderlo desde un lugar sustentable ayuda a que formen su propio criterio.

 

Claves para compartir con los chicos

 

  • Incitarlos a identificar y valorar sus puntos fuertes y cualidades.
  • Que piensen en las cosas que consideran “negativas” de sí mismos de una manera más amable y compasiva.
  • Enseñarles a aceptar sus errores y debilidades, sabiendo que tienen oportunidades para modificarlos y aprender de ellos.
  • Evitar las comparaciones con los demás. Cada uno es único, y nadie es superior ni inferior al otro.
  • Incentivarlos a realizar alguna actividad física que les guste, en la que se sientan bien. También, hacer algo juntos, que padre e hijo disfruten.
  • Reconocer y aplaudir las buenas acciones, no quedarse solo en las malas o en los errores.


Asesoró: Lic. María Gabriela Fernández Ortega,
Instituto Sincronía

Adolescentes Psicologia, educación y familia