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La música para los bebés es mágica

Cuando hablamos de magia, pensamos enseguida en todos los clichés del género: un mago que saca palomas blancas o un conejo de una chistera, que adivina la carta elegida o que hace aparecer y desaparecer objetos delante de nuestras narices.
Con la música también se pueden crear momentos mágicos, solo que la ilusión es generada, no por la música en sí misma, sino por lo que genera en las personas que la oyen. La música crea climas especiales, nos transporta a otros lugares sin movernos, invitándonos a viajar sin pasaporte. La música puede llevarnos de la mano a otros tiempos, a recuerdos guardados, a sensaciones olvidadas, a sentimientos adormecidos. Nos invita a jugar con nuestros sueños sin la necesidad de estar dormidos, nos acompaña, nos guía, nos ayuda a concentrarnos, a predisponernos para alguna actividad especial, a estar de mejor humor e incluso a tranquilizarnos cuando estamos alterados.
La música es invisible y hace que pasen cosas, como por arte de magia.
Pero la música no es mágica. Muchos creen erróneamente que la música cura, que puede generar chicos más inteligentes, estudiosos o pacíficos, que la música calma el dolor, las fieras, la angustia y… son tantas las propiedades que se le atribuyen, que podría enumerarlas por centenares. Lamentablemente todas estas creencias populares son una falacia. La música no genera cambios en sí misma, no puede obrar milagros, simplemente por ser escuchada. Sin embargo – he aquí una buena noticia, después de todo – la experiencia musical sí ayuda, y hace que uno genere una actitud para el cambio que en el fondo, de manera inconsciente, es lo que está buscando.


Cuando hablamos de bienestar pensamos en el estado en general del cuerpo, si sufrimos dolores o molestias, si tenemos que cuidarnos con las comidas o hacer ejercicio; pero nunca pensamos en el confort del alma, en compartir momentos con la pareja, o estimular delicadamente al bebé. Entonces no estaría de más preguntarse sobre lo que hacemos para sentirnos mejor.
¿Cuánto tiempo nos dedicamos a nosotros mismos?
¿Qué hacemos para nosotros?
En un porcentaje altísimo, siempre estamos haciendo algo para los demás: la pareja, los hijos, los padres, los amigos, los jefes, los compañeros de trabajo. En nosotros mismos pensamos poco y nada. Entonces, ¿por qué no buscar esa magia que produce en nosotros la música? La música que nos gusta nos da placer, regocijo, éxtasis, y también (que no es poco) salud. Todo eso, a la vez. Y quien se beneficia de manera secundaria en esta experiencia es el bebé que está en el vientre materno, si la que escucha la música que le gusta es una mujer embarazada.
 
A partir de la semana dieciséis, el bebé recibe en sus oídos las melodías de la música, pero también de manera simultánea recibe la sensación que su madre le transmite a través de la sangre que le llega por el cordón umbilical. Las emociones viajan como información en el torrente sanguíneo, llevándole al bebé aquello que su madre siente en ese momento. El bebé lo asocia con aquella música que le llega a sus oídos y cuando esta experiencia se repite, las melodías comienzan a ser un referente de esa sensación materna. Así, una vez que el bebé nace es mucho más fácil calmarlo con la música que conoce, que lo remite a una sensación ya experimentada y placentera. Cualquier música, a un volumen adecuado, con la tranquilidad necesaria en la voz de la mamá o del papá, las luces bajas y el mensaje correcto, generan el mismo resultado. La música no duerme, lo que hace es crear un clima para la inducción al sueño, que con una mamá tranquila, segura y relajada seguro ayudará a que el bebé se duerma mejor. Nuevamente, no es la música la que obra el milagro, sino el clima y la predisposición que genera en todos los involucrados en la experiencia musical. 
Por eso me gusta sostener la idea de que la música no hace magia, pero uno al conocer los efectos de ella, puede convertir en mágicos los momentos y a su vez le está haciendo al bebé por nacer un regalo para toda la vida.

 

Embarazo Desarrollo fetal