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Límites, cómo y cuándo decir "no"

Unos padres que no pusieron límites a tiempo, o que no los pusieron, o que los pusieron mal, generan un hijo que seguramente tendrá de grande trabas para interaccionar con la realidad.

Limitar nunca fue fácil. La falta de límites en los niños y jóvenes de nuestra sociedad es una realidad y una amenaza que crece. Estamos rodeados de gente adulta, que tiene dificultades para respetar pautas externas, culturales, de convivencia.

Unos padres que no pusieron límites a tiempo, o que no los pusieron, o que los pusieron mal, generan un hijo que seguramente tendrá de grande trabas para interaccionar con la realidad. ¡Aprendamos a poner límites!

Límites. ¿Desde cuándo?


Esa es la pregunta que más escuchamos los profesionales cuando de límites se trata. Los papás recientes relacionan la puesta de límites con el reto. “¿Cómo voy a retar o a enojarme con mi bebé?”, se preguntan.

Sin embargo, limitar no significa pelear ni confrontar, limitar es trazar una línea que divide dos cosas, o una cosa, de todas las demás...

Cuando un bebé nace, todo es confuso, mezclado, raro... La mayoría no recordamos ese momento, pero seguramente estará bien guardado en lo más hondo de nuestro archivo de memoria. Es como si no se entendiera nada, como si uno y el universo fuera la misma cosa; y fuera lo mismo la teta que la frazadita, el pezón que el brazo de la mamá o el propio dedo... En fin, una ensalada que tiene un sinnúmero de ingredientes.

De esa sensación de confusión –que de perpetuarse nos haría imposible la conciencia de la existencia y la interacción con el mundo durante la vida- nos saca nuestra mamá, y luego los adultos que nos rodean en forma más directa. Pero no nos saca de cualquier manera. Nos saca limitando, diferenciando elementos: “No, acá no, en la teta de mamá, no en su mejilla, de la mejilla no sale leche...”

Diferenciando situaciones mientras se decodifican deseos: “Esto es lo que querés, que te ponga frente a la ventana para ver la luz, no que te de el chupete...”

Haciendo alusión al tiempo: “Ahora te voy a bañar, después te voy a poner el pijamita y te vas a dormir un rato...”

Cuando nos toca ser padres contamos con los límites propios, y la conciencia de nosotros mismos, la realidad, y los otros, para poder ayudar a nuestros bebés a delinearse en pos de lograr ser personas. En pos de crecer, y de adaptarse a la realidad interna y externa.

O sea, que si la pregunta es: ¿Desde cuándo? la respuesta es: Desde el primer día, desde que le pongo un nombre...pongamos como ejemplo, si lo llamo Juan, y lo nombro, al mismo tiempo le estoy diciendo que él no es Pedro, ni Joaquín, ni Manuel.

Así desde el primer instante, cada interacción con él en tanto personita humana, me permite ir discriminándolo de su propia confusión, y otorgándole límites que nada tienen que ver con el "no" a los gritos, ni la bronca, ni la agresión.

 

¿Cómo?

Tal vez esa tarea sea más fácil para aquellos que pueden aceptar en principio que el límite es una aliado necesario en la educación, y que limitar no tiene por qué parecerse a prohibir ni a coartar.

En miras de vaya a saber qué insólitas libertades, algunas generaciones o culturas cayeron en un educación que privilegió el deseo del niño, sin hacer pie en que si todo es posible, a veces es demasiado, que si todo es que "sí", parecería por momentos que todo es que "no".

Entonces, es necesario resaltar que antes de pensar en el cómo, es básico admitir que es imprescindible poner ese cerco, ese alambrado perimetral que va a distinguir al propio ser de todo lo demás, para que él mismo tenga de dónde sostenerse.

Después de entender este concepto, sí podemos aprender incluso técnicas y maneras, experimentar formas que a algunos les pueden servir, probar, como premios y sanciones. Lo más importante es que el adulto ocupe su lugar, que no olvide que en esta relación de padre– hijo que le toca afrontar, él tiene la obligación de dar contención, de dar alguna respuesta -aunque no siempre sea la correcta-, de estar.

Basarse en el sentido común puede llegar a ser una buena opción, sopesar cuándo es muy importante ser firmes, cuándo podemos ser más abiertos y actuar con más distensión. Mostrar enojo cuando la situación lo amerita -es el caso de ver a nuestro bebé metiendo algo en un enchufe- ser claro en los mensajes que se dan, decir frases breves y concisas.

No dar largas explicaciones, no preguntar al bebé: “¿Se hace eso?” “¿Por qué hiciste eso?”, más bien elegir frases del tipo de : “Eso no se hace”.

En los momentos en que el niño comienza a gatear o a desplazarse por la casa -a veces mucho antes del año- los peligros parecen acercarse a él, es entonces cuando los padres se angustian por la cantidad de veces que deben decir que no por día. Por eso es que les ofrezco la posibilidad de elegir, en lugar de decir que no todas las veces, decir que sí, a alguna otra cosa diferente de la que están haciendo.

Por ejemplo, si otra vez está arrugando las hojas de una revista que nos gusta, y ya estuvimos con cara de enojados porque metió la mano en la maceta, volcó el frasco de la mermelada y escupió a la abuela, podemos sacarle la revista y, sin decir nada, ofrecerle un sonajero, o una pila de cubos, o una galletita...

De esa manera se evitan más roces cotidianos, y la fatiga que produce “estar enseñando” todo el tiempo y cuidando a nuestro hijo del entorno y en general: ¡al entorno, de nuestro hijo!

¿Y si nos cansamos?


A veces aparece fatiga en esta relación. Uno por más amor que le tenga a sus hijos, puede atravesar momentos donde el vínculo se empasta y donde aparece como cierta insatisfacción. No habría que asustarse, el cansancio es propio del trabajo y esto es en muchos sentidos un trabajo para nada fácil.

Vale la pena, cuando vemos a nuestro hijos crecer y desempeñarse con libertad pero confiados y seguros, nos damos cuenta de que fue un esfuerzo que comienza a dar sus frutos, pero mientras tanto, suele ser desalentador, sobre todo porque hay situaciones que se repiten TODOS los días.

A veces parece que justo nuestro hijo, nació inmune al aprendizaje de la pautas que creemos debe tener. Para eso la pareja brinda una buena resolución de este conflicto. Ambos padres pueden alternar su rol, pueden hacerse cargo por momentos uno y otro de “ponerse firmes” pueden habilitar al otro a que descanse por un día o por un rato de estar poniendo límites todo el tiempo.

La de limitar debería ser una actitud, no una postura impostada, debería ser una reacción normal, en la relación de padres e hijos, todo debemos ser conscientes -para combatir ese cansancio- de que cuando decimos que NO a algo, estamos diciendo que SI a muchas otras cosas.

Poner un límite, es estar ahí, es jugarse por los hijos, y por ese proyecto de familia que juntos intentamos llevara delante.

Decir a todo que sí, es una “hermosa manera” de desaparecer como padres, y de condenarlo a nuestro hijo a no saber bien quién es, y qué es lo que puede hacer con su vida.

 

Para que lo sigamos pensando juntos...


Es un tema que merece reflexión y acción. Como dice Asha Phillips en su libro Decir No: “Decir ‘no’ es útil. Representa un vacío o un espacio en el que pueden acaecer otros acontecimientos. Desde este punto de vista no es tanto una restricción, como una oportunidad abierta a la creatividad”

Bebés Crianza, familia y educación