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Los hijos crecen

Todo padre disfruta viendo crecer a sus hijos y viendo cómo se hacen cada día más y más independientes. Sin embargo, el sentimiento viene acompañado de otra cara: una sensación que puede provocar vergüenza y de la que no se habla.

En una de sus más tradicionales viñetas, los padres de Mafalda aparecen en la cama, tomados de la mano, mientras dicen, embelesados: “¡Ya tenemos una hija que va a la escuela!”. En el recuadro siguiente, la frase se repite, pero los padres aparecen transformados en dos ancianos.

Todo padre disfruta viendo crecer a sus hijos y viendo cómo se hacen cada día más y más independientes. Sin embargo, el sentimiento viene acompañado de otra cara: una sensación que puede provocar vergüenza y de la que no se habla.

Cada hito en la vida de los hijos representa un paso en su crecimiento y en su camino hacia la autonomía: empiezan a comer, caminan, dejan los pañales, empiezan el jardín, se atan los cordones de las zapatillas, se les caen los dientes de leche, van a la primaria y así sucesivamente en una escalera ascendente de logros que van marcando, para los padres, pequeñas pero grandes despedidas.

Y cuando una pareja sabe que el más chiquito de la casa va a ser su último hijo, estos “duelos” se sienten mucho más, porque cuando dejan la mamadera se sabe que nunca más habrá mamaderas en la casa y que cuando deja el chupete hay que despedirse del “hijo bebé”.

Todos estos pasos, entonces, tienen dos caras diferentes: el orgullo y la alegría de verlos crecer a veces se opaca por la nostalgia de los tiempos que pasaron y ya no volverán.

Además, a este sentimiento se le suma el hecho de que los hijos funcionan, en muchos sentidos, como espejos para sus padres, que se ven reflejados en ellos, y el crecimiento de unos va aparejado al envejecimiento de los otros.

Por eso, la despedida del jardín suele estar bañada en lágrimas – más de los grandes que de los chicos, en general-, porque se llora el fin de una etapa, la “pérdida” del hijo pequeño y el final de la etapa de padres jóvencísimos que llevan a sus pequeños al nivel inicial.

Frente a estas sensaciones, muchos padres sienten culpa y, por lo general, no las comentan tanto como cuando se trata de compartir sentimientos positivos. Es importante recordar, entonces, que estos sentimientos son absolutamente normales y que, en la medida en que no se transformen en pensamientos continuos y obsesivos, les suceden a todos y no se consideran patológicos.

Ahora, cuando la nostalgia por el tiempo pasado es mayor que la alegría por el presente y cuando estos sentimientos de pérdida se vuelven dolorosos y actúan como un obstáculo para el disfrute de la propia vida y de la vida en familia, es recomendable realizar una consulta con un psicólogo que pueda orientarnos para poder encontrar un equilibrio que sea sano para todos.

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