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Padres: presentes con aviso

Existe un instinto" materno y un "deber" paterno? ¿Está ese "instinto" definido por la capacidad de alimentar

Existe un "instinto" materno y un "deber" paterno? ¿Está ese "instinto" definido por la capacidad de alimentar, de sostener afectivamente, de criar, de educar, de proteger? ¿Está aquél "deber" signado por la capacidad de proveer económica y materialmente, de castigar, de imponer disciplinas y conductas?

Durante muchas generaciones los hombres y las mujeres, hemos nacido, hemos crecido, hemos construido nuestras familias y hemos gestado a nuestros hijos convencidos de que la respuesta a todas estas preguntas es un sí rotundo, indesmentible e incuestionable.

En mi opinión la respuesta de los interrogantes planteados aquí es no. Las creencias de que este "instinto" y este "deber" son naturales, inmodificables y poco menos que obligatorios ha operado como una doble trampa para hombres y mujeres.

A las mujeres las atornilló en un "altar" materno ante el cual se sacrificaron muchas otras capacidades y posibilidades de su condición de seres humanos. A los hombres nos mutiló el acceso a nuestra propia capacidad nutricia, a nuestra intuición de guías afectivos, a nuestra sensibilidad más fina.

Los padres y las madres no nacen, se hacen. Y se hacen en la gestación conjunta del hijo, en la decisión compartida de esa gestación y en la presencia mutua durante ese proceso, durante el embarazo, durante la crianza y acompañamiento en el desarrollo de las potencialidades de ese hijo. Sin embargo, la cultura nos inculcó durante mucho tiempo mandatos empobrecedores: las mujeres a parir y criar, los hombres a proveer y disciplinar. Cada uno de nosotros perdió la mitad de sus vivencias en ese camino.

En el caso del padre, si damos por sentado que el embarazo es "cosa de mujeres" nos ausentamos de un espacio que nadie puede ocupar por nosotros y en el que somos tan irremplazables como la madre: el de la provisión afectiva a nuestros hijos , el asistir al misterio de su desarrollo, el de ir descubriéndolo en toda su singularidad. Estoy convencido de que se necesita más coraje para eso que para a la guerra o agarrarse a trompadas con otro hombre, que se necesita más creatividad para la paternidad que para hacer buenos negocios o inversiones, que se necesita más fuerza para ocupar este lugar que para aguantar un dolor físico o para levantar un mueble. Es, claro, otro tipo de creatividad, de coraje y de fuerza, distintos de aquellos que nos han enseñado que distinguen a un hombre.

Creo que un hombre que elige ser protagonista de su paternidad y pone en ello presencia física y espiritual, intuición, sensibilidad y constancia es un hombre que está enriqueciendo su masculinidad en las zonas menos aceptadas, transitadas y estimuladas de esta condición.

  • Se aprende a ser padre permitiéndose descubrir al hijo como a una persona única y diferente y no como una simple prolongación de uno mismo.
  • Se aprende a ser padre admitiendo las propias dudas, temores y desconciertos.
  • Se aprende a ser padre ocupando el espacio necesario para los propios ensayos y errores.
  • Se aprende a ser padre preguntando, planteando las necesidades propias. 
  • Se aprende a ser padre abandonando las fórmulas y las verdades rígidas (" mi papá lo hacía así y está bien") para recorrer en cambio la propia vivencia.

Así como no hay un "instinto materno" no existen las "verdades paternas".

O, en todo caso todo es intercambiable. En la presencia, el hombre puede descubrir su "instinto". Y en la elección la mujer puede decidir cuáles son sus deberes.

Mientras tanto, un hijo nace siempre de una mujer y de un hombre, es de los dos desde el principio, en las buenas, en las malas, y en las mejores. Ninguno es remplazable ni por el otro ni por nadie. No son intercambiables. Y es en la vivencia de ese milagro como cada quien aprende a ser el padre que puede ser. No hay otra receta. Y no hay ausencia con aviso.

Sergio Sinay

 

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