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Ser Papá: un desafío cotidiano

Una reflexión para compartir con los padres de hoy:

Antes era más fácil


En otros tiempos ser papá era una tarea acotada a dos o tres elementos fundamentales.

Los hombres que tenían hijos debían proveer lo necesario a su hogar, poner los límites que sus mujeres no podían sostener por el fragor del contacto cotidiano con los niños, dar y promover una imagen de seguridad, de cuidado, de ser capaces de solucionarlo todo afuera y crear para la familia -esposa incluida- una atmósfera de estar a salvo.

Nada los obligaba a poner las manos directamente ni en el agua donde se lavaban los pañales, ni sobre la cuchara de madera para revolver la papilla, ni en el barrote de la cuna para mecerla a veces horas y horas…


Leían el diario, hablaban solo lo necesario, firmaban los boletines y prohibían -a veces sin que mediara ninguna explicación- todo aquello que podía amenazar la tranquilidad del hogar, o el buen nombre y el honor.

A sus hijos los conocían bañaditos, cambiaditos, con el pijama puesto y los cuadernos en el portafolios.

Algo hizo que todo cambiara… 


Todo cambia 


Lo dice la canción y también lo dicen los acontecimientos, los años pasaron y con ellos algunas costumbres cayeron en desuso, y otras aparecieron como alternativas nuevas que les permitieron a los hombres tener, en relación con la paternidad, un espacio totalmente distinto.

Tal vez por la demanda de sus mujeres, o por propia curiosidad algunos comenzaron a asomarse de sus diarios - mientras leían en el sillón más cómodo de la casa- y pudieron descubrir que, así como en el mundo pasaban cosas, en su propio mundo, en ese, en el chiquito, sito en la dirección de su propia casa, tenían lugar también acontecimientos importantes…

Los más valientes se animaron a intentar ser otros padres diferentes de los propios y tuvieron la fuerza de inventar un nuevo modelo, tal vez más parecido a aquel padre que hubieran querido tener, que al que realmente tuvieron.

Así salieron de su letargo, tocaron las panzas de sus mujeres con sus hijos adentro, se animaron a ESPERAR ese bebé con expectativas propias, atravesaron la sala de espera, y entraron en la sala de partos, para estar más cerca del asunto.

Acompañaron a sus niños a la cama y descubrieron - no sin sorpresa- que ellos también podían contar cuentos.

Aprendieron a rayar manzanas y a poner el termómetro.

Pudieron organizarse para conocer a los maestros, vestirlos por la mañana antes de ir al colegio, aprendieron cuál es la campera de uno y cuál la del otro, conocieron el nombre de los compañeros del Club y se levantaron de noche para saciar la sed del más chiquito o abrazar al mayor durante una pesadilla.

Se dieron cuenta de que podían hacer cosas de mamás sin dejar de ser varones, que las tareas que las mujeres venían haciendo desde que el mundo era mundo también eran valiosas, y que dejaban cansancio pero también satisfacción.

Mientras tanto estas señoras, las madres, sus esposas, también asomaron sus narices y descubrieron que afuera - en el mundo grande- también ocurrían cosas que valía la pena conocer y no solo se quedaron en la vereda, cruzaron la calle…y por unas horas por día buscaron trabajo afuera…más trabajo. 

¿Cómo se hace?


No es sencillo.

Todos, hombres y mujeres podemos sentirnos tironeados.

Las exigencias que nos ponemos se suman a las que nos ponen.

Para los hombres ser padres en la actualidad es también una actividad de alto riesgo.

A las tareas y las expectativas de siempre se agregaron otras, y cumplir con todo es muy trabajoso.

Cuidar, ya no solo es proveer, cuidar es estar, y para estar hay que tener además de ganas, fuerzas y tiempo.

Estar presente no es solo volver del trabajo, es estar concentrado, escuchar, ocuparse.

Los hijos de hoy también conocen este nuevo modelo y piden y esperan en consecuencia, más de lo que descendientes de otras generaciones creían merecer.

El mundo grande también está en crisis, y amalgamar ambos universos, el personal y familiar y el social y laboral es complicado.

El secreto parece estar en encontrar para cada cosa la medida justa. Sin embargo el secreto es que no hay secreto, que cada uno debería hacer su propia experiencia y atender con un oído más sensible a sus propias necesidades y a las de los que ama.

Los hijos son una responsabilidad, y por ellos cualquiera daría hasta lo que no tiene, sin embargo en la práctica muchas veces parece que se está en deuda.

Se pone mucho énfasis en dar cosas: equipos deportivos, camionetas, ropa de marca, en pos de un bien-estar que casi siempre se transforma en mal-estar. ¿Es eso realmente lo que nuestros hijos esperan de sus papás?

Tal vez si les preguntáramos nos sorprenderíamos, en "la bolsa de sus valores" seguramente coticen más alto un ratito de mirar dibujitos juntos en la tele, un hermoso enchastre para hacer panqueques que se apilan quemados o llenos de agujeros, una ida juntos a la peluquería, la transmisión de alguna historia familiar…que el tan codiciado y casi inevitable viaje a Disney.

El desafío no está en hacer más sino en hacer mejor.


Después de todo…para qué se hacen padres los hombres sino para tener a alguien en quien volver a nacer, en quien volver a creer cuando la realidad lo tiñe todo no siempre del color que más les gusta.

El desafío es detenerse, mirarse, quedarse, trabajar menos afuera y más adentro con los nuestros, porque casi todos los hombres olvidan -agotados por el esfuerzo que hacen por las empresas de otros- que tienen su propia empresa…ser padres en este siglo que comienza. 

 

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