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Cómo elegir el colegio secundario

Llegado este momento, y si la escuela a la que van los hijos no tiene educación media –o decidimos no continuar en esa institución- se plantean, por un lado, los mismos criterios que al elegir la primaria y, por el otro, los gustos y las opiniones del adolescente que, a esta altura, tienen un peso muy diferente al que tenían al comenzar primer grado.

Cuestiones básicas como la calidad educativa, la distancia, el costo, el horario de cursada así como la elección entre privada o pública, bilingüe o no y laica o religiosa se plantea nuevamente como cuando se buscó una escuela para que los chicos hicieran la primaria. En esta ocasión pueden modificarse algunas de estas decisiones –por ejemplo, pasar de privada a pública, elegir una más lejos de casa ya que los chicos empiezan a moverse solos, etc.- o continuar firmemente establecidas. Esto dependerá de cada familia y de las diferencias que consideren marcar entre lo que es la educación del niño y la del adolescente.

Alrededor de sexto grado, cuando el tema se empieza a poner sobre la mesa, lo primero debería ser una charla entre los padres en la que no participe el interesado: ahí se decidirán cuestiones que exceden la opinión del hijo, como por ejemplo, el aspecto relacionado con lo económico, los permisos para viajar, etc.

De esta charla surgirán criterios que, seguramente, dejan afuera algunas escuelas. Por ejemplo: puede ser privada, pero con una cuota de hasta… Puede quedar más lejos pero no como para que tenga que tomar dos colectivos… Cada familia delimitará esta zona dentro de la cual el “futuro egresado” deberá moverse.

Después, es importante hacer algún trabajo de investigación acerca de la oferta educativa “posible” para abrir el abanico a la hora de sentarse a barajar opciones en familia.

Así, con algunas pautas claras, se sumará el hijo a la “mesa de negociaciones”. En esa charla, que conviene tener a solas con él si hay hermanos, lo mejor es hacer un primer planteo, sin pedirle definiciones, sino simplemente buscando sondear en sus gustos y preferencias, contando por supuesto con el conocimiento que los padres tienen de su hijo.

¿Le gusta más lengua que matemática? ¿Tiene una inclinación artística particular que pueda ameritar una escuela con esa orientación? ¿Adónde van a ir sus amigos, en qué escuelas están pensando? ¿Estaría dispuesto a preparar un examen de ingreso de los que requieren mucha dedicación –como para ingresar al Colegio Nacional Buenos Aires, por ejemplo-? ¿Qué espera de un colegio secundario? ¿Cómo se imagina esa nueva etapa?

De esta charla deberían surgir algunas escuelas posibles que habrá que visitar. Y ahora es el momento de tener en cuenta con qué criterios mira nuestro hijo las distintas escuelas posibles: adónde van sus amigos es lo que más pesa y, ante la primera visita, el aspecto edilicio es fundamental, así como el tipo de trato que reciba en las charlas para conocer la institución.

Un chico muy motivado hacia una escuela en particular puede dejar de lado que el estado edilicio no sea lo más atractivo del colegio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que hay instituciones que “entran por los ojos” y que además tienen todo un marketing dirigido a captar ingresantes, les regalan kits, los invitan a merendar, etc. Aquí es donde los padres deben poner la cuota de coherencia para volver el foco de la elección pase a la calidad académica, por ejemplo.

La visita a una institución puede ser muy develadora y seguramente esa instancia hará que se dejen de lado algunos colegios: cómo se recibe a los chicos, qué se dice en la presentación del colegio, el clima que se respira, el comportamiento de los alumnos, observar todo esto dará pistas y le permitirá saber al chico si se imagina en ese ámbito, si cree que se sentiría cómodo o no y por qué.

Así, la decisión tiene que tener en cuenta aspectos más racionales, que permitan poner en la balanza lo negativo y lo positivo, y aspectos emocionales que pueden inclinarla hacia uno de los lados, más allá del frío cálculo intelectual. Si una escuela parece perfecta pero el chico, que será quien tenga que asistir durante cinco años, no se siente cómodo y deja claro que ese colegio no le gusta, mejor tomarlo en cuenta y buscar por otro lado.

Todo el recorrido planteado hasta ahora parece muy sencillo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, como todo cambio, el paso a la escuela secundaria es muy movilizante y pueden darse momentos de tensión:

  • los chicos dejan un grupo de pertenencia y una institución que ya es como su casa, se enfrentan a lo desconocido y tienen una gran ambivalencia con respecto a lo que sienten por “hacerse grandes”.
  • los padres ponen en juego expectativas, deseos propios, enfrentan el crecimiento de los hijos, su propio envejecimiento y ya no pueden decidir solo por su cuenta, como seleccionaron el jardín de infantes.


Por eso, el diálogo, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro, la claridad para diferenciar lo que le gustaría al padre de lo que le gustaría al hijo y la presencia del amor incondicional en todo momento son herramientas fundamentales para que esta gran decisión llegue a buen puerto. Y para los padres, recordar y contarles a sus hijos qué les pasó a ellos cuando atravesaron esa misma etapa, puede ser muy esclarecedor.

Por otro lado, es también primordial tener claro que esta no es una decisión de vida o muerte y que, si no resulta, siempre existe la opción del cambio y que esto no supone ninguna tragedia familiar.

Adolescentes Psicologia, educación y familia