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¿Cómo ponerles límites a los hijos preadolescentes?

Con la preadolescencia llega una etapa de enfrentamiento entre adultos y niños que dejan de ver a sus padres como superhéroes y empiezan a otorgar esos superpoderes a su grupo de amigos. ¿Cómo manejarnos para seguir sosteniendo los límites necesarios?

Antes, se consideraba que la preadolescencia comenzaba alrededor de los 12 años, cuando los chicos adquirían una visión del mundo que trascendía la del niño. Hoy, ese inicio se ha corrido a los 10 años, e incluso a los ocho, en algunos casos.

Motivos biológicos (como el adelantamiento de la menarca) y culturales hacen que los niños asuman actitudes preadolescentes cada vez más temprano: a los ocho años algunas nenas ya quieren ponerse aros, accesorios, brillo en los labios para salir, y el maquillaje deja de ser un juego relacionado con disfrazarse para pasar a ser un elemento de arreglo personal, más en sintonía con su identificación con el universo femenino que con lo lúdico. A los 10 años, los niños ya no se visten como tales, sino como adolescentes. Cuando la sociedad le da lugar a esto, entra a jugar lo cultural en la anticipación de etapas.

La relación del preadolescente con sus padres es muy diferente de la que tenía con ellos cuando aún era un niño: para los niños los papás son los ideales (aunque hay matices y también diferencias entre los varones y las nenas: ellas por lo general tienden a seducir o a complacer, pero los varones son más de confrontar) y en la niñez, en términos generales, permiten ser direccionados por los padres.

Pero en la preadolescencia empieza a verse la necesidad de diferenciarse de los padres, y pelear y desobedecer les permite ir separándose del adulto. Esto sucede aproximadamente entre los 10 y los 13/14 años. Después comienza la adolescencia, que hoy se prolonga casi hasta los 30 años.

El preadolescente empieza a resistirse a todo lo que se le dice, por el solo hecho de que quienes lo dicen son los padres y por lo general, con el papá que más se pelea es del que más le cuesta separarse, con el que está más “pegoteado”. Los chicos empiezan a querer hacer cosas “de grandes” y muchas veces esto lleva al enfrentamiento.

Los límites en esta etapa son fundamentales y si sentimos que nunca les podemos decir que no, que se nos van de las manos, o tal vez que ponemos límites pero hay mucha agresión y la situación se torna inmanejable, sin duda es el momento de consultar para poder hacer cambios, vivir mejor ese momento y llegar mejor posicionados como padres a la adolescencia de nuestros hijos, con todo lo que esa etapa implica.


Zona de guerra


Los temas de conflicto entre padres y preadolescentes son muchos: la ropa que usan, el baño diario, la cantidad de horas que pasan frente a la pantalla de la televisión o la computadora, las primeras salidas solos, el estudio, la colaboración en tareas de la casa, las contestaciones, la comida, la hora de dormir, el celular, etc.

Dentro de todo el abanico de conflictos, podemos hacer dos grandes grupos: lo que se negocia y lo que no se negocia.

Por ejemplo, es impensable prohibir la computadora o la televisión, pero sí se pueden poner condiciones y negociar horarios, tiempos y programas.

Hay otras cosas que los chicos tienen que hacer simplemente porque el papá se los dice, incluso sin demasiada explicación: si va a la escuela o no, si se da las vacunas, si hace actividad física, son ejemplos de cuestiones no negociables. Pero, como dijimos antes, el no abre espacio a un sí, entonces: tiene que hacer actividad física, pero puede elegir qué y dónde, por ejemplo. Por eso, hay que estar atentos a la diferencia entre el límite y la posibilidad: hay cosas que pueden elegir y otras que no.

Con el recrudecimiento de los conflictos en la preadolescencia, muchos padres temen perder el amor de sus hijos si se ponen firmes con los límites y, por eso, viran hacia el rol de amigos y compinches. Esto es grave porque el chico tiene otros amigos, pero no otros padres, y así quedan “huérfanos”. Entre padres y pares no hay solo una letra de diferencia, sino que existe una diferencia de posición que es necesaria: si los chicos no tienen de quién diferenciarse, con quién enfrentarse, se hace mucho más difícil crecer, separarse de los padres y construir una identidad propia.

Los límites vienen del lado del amor: sepamos que no vamos a traumar a un niño por decir no, lo vamos a traumar si lo dejamos hacer todo sin ningún límite.

El límite como sanción ordenadora es un gesto de cariño y no tiene que ver ni con el castigo corporal ni con la crueldad: por un lado, a los chicos no se les pega; y por otro, si un chico raya la pared recién pintada y la madre va y le rompe los dibujitos, está siendo cruel y dando una respuesta infantil, poniéndose a la altura del chico. No hay que discutir con los hijos poniéndose a su altura, sino dejar claro que hay cuestiones que son así porque las dicen los padres, como las cuestiones alimentarias, el cuidado de los objetos, el respeto por el otro, el cuidado del propio cuerpo (los chicos están en una etapa en la que su cuerpo los desborda y hablar del cuidado, de la no exhibición y de los límites a los otros es fundamental).

Los preadolescentes siempre van a estar poniendo a los adultos a prueba para ver hasta dónde pueden llegar, van a tratar de transgredir, de hacer algo que los incomode, porque eso es lo que necesitan para poder construir su autonomía, lo que no deben hacer los padres es “engancharse”. Cuando se puede decir que sí, adelante, pero cuando es no, hay que sostenerlo. Y sostenerlo sabiendo que los límites se escuchan más dichos en un tono calmo y que lo que se grita no se escucha.


Asesoró la psicoanalista María Cristina Castillo,
terapeuta de pareja y familia del Centro Dos

Adolescentes Psicologia, educación y familia