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Crecer con ellos

Nuevamente desde este espacio de la revista Bebé a Bordo les propongo compartir algunos párrafos de mi libro Queridos Padres"

Fue en Quito, en 1990. Dicté un curso de Pedagogía Antropológica en la Universidad. Casi me echan. Y casi me declaran oficialmente persona non grata. ¿Por qué?

Porque dije que los ositos de peluche no son una necesidad natural de los niños (...). Jueguitos mecánicos, no. Un palo de escoba sigue siendo el mejor caballito de todo niño en estado natural. Hasta que la sociedad, no menos autoritaria que la pasada, le inculque qué debe de gustarle, y qué no.

Y ahí no más, sin que pudieran respirar siquiera, les recité los versos de Wordsworth:

"Nuestro nacer no es sino un dormir y olvidar;
El alma que se eleva con nosotros, estrella de nuestra vida, tenía en otro lugar su sitio, y vino de lejos.
Ni en completo olvido, ni en total desnudez, sino como nubes con estela venimos de Dios, que es nuestro hogar:
¡El cielo nos rodea durante la infancia!
Sombras de paraíso empiezan a cerrarse sobre el muchacho que crece.
¡Pero él mira la luz y cuando fluye la ve con alegría!"

La propuesta es crecer con ellos

Releamos el poema de Wordsworth. No sabemos de dónde venimos pero no venimos desnudos, dice el poeta. Y alude, por cierto, a un interior que cada uno trae consigo, a potencias, posibilidades, como semillas que el tiempo irá regando, cultivando, o quizá no y entonces se marchitarán, se perderán.

Nacemos con alas, con cielo. Luego, al crecer en sociedad, en el marco de una cultura, esas alas, si no se las cuida debidamente, se pierden, y las costumbres y las rutinas tejen un presidio. Y sin embargo algo queda dentro, una fuente de luz, que siempre nos acompaña y en cualquier momento rompe las cáscaras de los reflejos condicionados impuestos por la vida social, y aparece, ilumina, y da lugar a la alegría.

Su labor, queridos padres, es cuidar todos los aspectos del desenvolvimiento de esa criatura que viene al mundo llena de misterio, para que sepa vivir hacia el exterior, los requerimientos de la sociedad, pero que nunca pierda su interior, sus alas propias, su cielo, su fuente de luz y alegría.

Creciendo con ellos, reprendemos a vivir nuestra propia vida, renaciendo de nuestras propias cenizas, es decir nuestros hábitos y ropajes endurecidos. Primero nuestros hijos fueron dados a luz. Luego somos padres en cuanto les proporcionamos vías, ocasiones, medios, cultivos, para que ellos den a luz, la suya, la propia, y en pleno camino nos iluminamos nosotros mismos, los padres.

Esta sería una descripción de la felicidad, si les parece.

 

Jaime Barylko

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