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Criar con amor: claves de una crianza con apego

El amor nunca ha malcriado a nadie, y podemos sin ningún temor darles a nuestros hijos muestras de cariño: podemos tomarlos en brazos siempre que queramos, podemos consolarlos cuando lloran, podemos educarlos, no con gritos y castigos, sino con nuestro ejemplo...

Durante décadas, ciertas teorías pedagógicas han querido privar a los padres del derecho a mostrar afecto a sus hijos. Que no lo tomes en brazos, que no lo consueles cuando llora, que no lo metas jamás en tu cama, que no le des nunca lo que pida. Porque si lo haces, ocurrirán desgracias: se volverá un llorón, no aprenderá nunca a caminar, te tomará el pelo, te manipulará, se saldrá con la suya, tendrá veinte años y seguirá durmiendo con sus padres y pidiendo brazos y mimos. Nos quieren hacer creer que nuestros hijos son nuestros enemigos, seres malignos agazapados en las sombras, siempre buscando nuestro punto flaco para convertirse en pequeños tiranos.

Curiosamente, sólo te prohíben las cosas divertidas. Nadie te advierte en tonos apocalípticos que si le cambias el pañal y le limpias el culito se acostumbrará y usará pañal toda la vida, o que si le preparas la comida y le planchas la ropa será un caprichoso consentido y tendrás que seguir cocinando y planchando durante décadas. Todas las tareas aburridas, molestas o rutinarias están permitidas: puedes limpiar su habitación, lavarle la ropa, prepararle la comida, trabajar para pagarle la escuela, la ropa y lo que haga falta... pero no puedes tomarlo en brazos, mecerlo con una canción de cuna, dormirte a su lado. Pero entonces, ¿para qué tenemos hijos, si no los podemos disfrutar?

Las amenazas de los “expertos” eran tan exageradamente ridículas que parece mentira que nadie pueda haberles dedicado jamás un minuto de atención. ¿Cómo que no va a caminar, que no va a dormir solo, que será un llorón? ¿Dónde están esos miles de chicos “malcriados” que a los quince años lloran todo el día, duermen con sus padres y no saben caminar? ¡No hay ni uno! Casi todos los adultos recordamos haber dormido en la cama de nuestros padres; todos hemos salido sin problemas. ¿De verdad cree que los “mimos” producen problemas psicológicos, que los delincuentes juveniles o los enfermos mentales llegaron a su triste situación porque les llevaron demasiado en brazos, les cantaron canciones para dormir o les consolaron cuando lloraban? ¿No serán más bien los niños maltratados y abandonados, los que han tenido padres feroces y brutales, alcohólicos y drogadictos, los que suelen tener serios problemas? ¿Acaso no van todo el día colgados a la espalda de su madre la mayor parte de los niños del mundo, desde el altiplano andino hasta la lejana Australia, y acaso no se ha hecho así durante decenas de miles de años?



Pero, oh sorpresa, muchas veces he visto padres que han creído aquellos mitos sobre los “mimos” y los “niños malcriados”, padres que sufrían porque “yo lo tomaría en brazos, pobrecito, pero, claro, no se puede porque se malcría...”, padres que se veían obligados a levantarse cada noche seis veces para ir a otra habitación a consolar y dormir al bebé (o peor aún, padres obligados a quedarse en su cama mientras su hijo lloraba durante horas en otra habitación), padres que para saber si el niño tiene hambre no miran al niño sino al reloj de pared.

Hay buenas noticias para los padres: nuestros hijos no son nuestros enemigos, sino que nos quieren con locura, tanto como nosotros les queremos a ellos. El amor nunca ha malcriado a nadie, y podemos sin ningún temor darles muestras de cariño. Podemos tomarlos en brazos siempre que queramos. Podemos consolarlos cuando lloran. Podemos educarlos, no con gritos y castigos, sino con nuestro ejemplo (el niño al que gritan aprende a gritar, el niño al que pegan aprende a pegar, el niño al que perdonan aprende a perdonar, el niño al que respetan aprende a respetar...).

Podemos organizarnos para dormir en la forma que nos sea más práctica y nos funcione mejor a todos, y no somos esclavos de una decisión anterior, sino que podemos cambiar según la circunstancia. Si su hijo dormía solo, y funcionaba bien, y apenas lloraba, pero desde hace un tiempo se despierta cada hora y media, no tiene que seguir sacrificándose, puede traerlo a su habitación o a su cama y no tendrá que levantarse para consolarlo. O al revés, si el niño duerme con usted, y tiene la impresión de que son los ronquidos y movimientos de los padres los que despiertan a su hijo, puede intentar dejarlo en su cunita, a ver qué tal duerme. Tiene derecho a probar hasta encontrar el truco para que todos descansen tranquilos (lo más tranquilos posible, teniendo en cuenta que hay un bebé en la casa y ya nada será igual).

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