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El ritmo y la melodía en la primera infancia

Es sabido que la música siempre estuvo presente en el transcurso de la historia de la humanidad. El ritmo nos acompaña desde el primer momento en nuestra gestación, desde que se juntan el espermatozoide con el óvulo y comienzan a latir juntos al compás, este ritmo no para hasta el último momento de nuestra vida.

La melodía, podríamos decir que comienza desde los primeros gorjeos que emitimos cuando somos bebés, cuando comenzamos a experimentar con nuestro cuerpo las posibilidades sonoras. Por estos motivos podemos decir que los seres humanos tenemos las facultades musicales impregnadas en nuestra esencia, estamos atravesados por las melodías, por los ritmos y estamos inmersos en ellas. Como todo ser que vive en un universo que se rige por tiempos y ritmos no podemos evitar ser parte de la música de la vida.

Cuando una mamá arrulla a su bebe cantándole una nana o canción de cuna, no solo está dándole, abrigo, seguridad y amor, sino que le esta transmitiendo lo más importante que tenemos los seres humanos, el folklore, la cultura, el calor, la palabra, el gesto, la pureza, los silencios, la esencia, el sentido de tiempo y espacio, la canción, el ritmo, lo gestual, el contacto corporal, la base de los principios morales y éticos, la esencia misma de la vida… En ese arrullo se está consolidando un vínculo eterno, se transmite una vivencia que fue pasando de generación en generación a lo largo de la historia, la historia propia y la de la humanidad toda.

Es curioso observar algunos puntos en común entre madres de distintas culturas, como el uso de la voz para el arrullo o el movimiento suave al mecerlo. Cuando una mamá conforta a su hijo o hija en sus brazos, es inevitable que se meza, reproduciendo inconscientemente el vaivén del bebé que flota en el líquido amniótico dentro del vientre. Y cuando se dirige vocalmente hacia el bebé, por lo general, lo hace aflautando su voz, agudizando sutilmente los sonidos y sonriendo con todo el rostro. Estos sonidos están incorporados al “repertorio de la maternidad” de manera tal, que basta con oír el tono de voz que cualquier adulto utiliza al hablarle a un recién nacido, que sabemos instantáneamente quién es su interlocutor, sin necesidad de verlo. Esta coincidencia no es una casualidad. Los bebés oyen mejor dentro del vientre los sonidos agudos que los graves, por este motivo los bebés reaccionan más positivamente ante el estímulo auditivo agudo y disfrutan agitar sonajeros y juguetes que reproducen sonidos con timbres similares.

Los bebés se muestran muy atentos a sus producciones sonoras, las cuales surgirán a partir de los siete u ocho meses de edad. Esta actividad se adquiere paulatinamente, a medida que se controla más la respiración y los movimientos voluntarios de la boca. Con el tiempo, los bebés podrán modular, ejecutar y repetir aquellos sonidos casuales y experimentar también con manos y pies la posibilidad de producir sonido, encontrándole un sentido a la comunicación.

El ritmo se incorpora con un proceso similar y por lo general las primeras experiencias se vivencian con un sonajero. A los bebés les agrada mucho el sonido que pueden producir y lo repiten incansablemente, sacudiendo y agitando el juguete sin parar. Las melodías repetitivas cortas les generan mucho placer, ya que pueden incorporarlas con facilidad. Es sabido que los bebés generalmente desarrollan las capacidades de imitación antes de que sus facultades neuromotoras les permitan responder a través de una actividad verbal.

A medida que los niños van creciendo y dejan de ser bebés, es muy importante prestarle atención a sus gustos musicales, estar alerta si les agrada alguna canción en especial, una cadencia o un género, ya que basta con aprender algunas canciones para cantarlas juntos o reproducirlas en un equipo, para hacerlos felices. Podemos compilar las músicas de sus programas de TV favoritos, las canciones que canten en el jardín de infantes, las que les enseñen sus abuelos o cuidadores, en fin, el repertorio que más les guste.

Brindarle a un chico la posibilidad de disfrutar la música va a incidir definitivamente en el desarrollo de sus capacidades intelectuales, incentivando su creatividad, su confianza y su expresión a través del movimiento.

Es notorio como surge en determinado momento una suerte de danza espontánea, un balanceo no sincronizado entre la melodía y el ritmo, que les da tanto placer a los chicos que tienen entre uno y tres años. Ese balanceo – que está ligado a la estimulación de los canales semicirculares del sistema vestibular de su cerebro – le remite de forma inconsciente al balanceo que provocaba su madre al caminar cuando estaba embarazada, lo que provoca una fuente de placer de orden fisiológico, que nos hace pensar que el niño vuelve a encontrar en el presente, el recuerdo grabado de su vida intrauterina pasada.

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