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Malas palabras: Buenas ideas para tener en cuenta

Un día, de pronto, nuestros hijos, al llegar a alrededor de tres años, sueltan una palabra que nos deja helados, que nos causa gracia, enojo o alguna otra emoción, pero que, sin duda, no nos resulta indiferente: una mala palabra.

Un día, de pronto, nuestra hermosa princesita o nuestro dulce angelito de alrededor de tres años hace algo absolutamente normal y esperable para su edad y suelta una palabra que nos deja helados, que nos causa gracia, enojo o alguna otra emoción, pero que, sin duda, no nos resulta indiferente.

Los pequeños, que a esa edad están fascinados por el lenguaje y aprenden palabras nuevas como esponjas, seguramente escucharon decir esa “mala palabra” en casa, en una conversación entre adultos, en el jardín (adonde los más “experimentados” llevan las novedades que les enseñan sus hermanos mayores), en la calle o en la televisión y descubrieron que son palabras que tienen un poder, que generan cosas en el otro. Se dieron cuenta, perfectamente, que soltar una “mala palabra” en la mesa provoca gran agitación y que por ejemplo, cambiarlo por un “feo” no es igual de divertido.

Los chicos prueban efectos: así como hunden en la bañadera el juguete que flota, descubren que sube solito, les encanta y entonces lo repiten, hacen lo mismo con el lenguaje (y no solamente con las  malas palabras): Recuerdo que mi hija de tres años escuchaba la clase de inglés de su hermana mayor y un día me dijo: “Dale, mami, dame jugo, “¡plit!” (en su versión del “please”). Tanto me reí yo, que empezó a decirlo muchísimo, porque le gustó el efecto que provocaba.


Restar importancia


Entonces, los adultos tenemos que hacer el esfuerzo de ser tan pícaros como ellos y saber de antemano que,  si le damos una gran importancia a esa “mala palabra”, le estamos otorgando, ala vez,  un gran poder.

Es importante no enojarse ni reírse –y poder parar la sonrisa antes de llegar a la carcajada-, porque están disfrutando del juego con lo que intuyen prohibido. Evitemos el reto y el “no” tajante, porque también están en la edad en la que el “no” de los padres vuelve muy interesante lo que, tal vez, hasta hace un rato no tenía esa categoría.

Como estrategia, es útil decirles a los chicos, con tranquilidad y sencillamente, que esa palabra puede molestar a otro y que, por eso, es preferible no decirla. No más explicaciones y a pasar a otra cosa.

La verdad es que la pertinencia de las palabras (así como de las actitudes) es algo que se aprende con el tiempo: de grande sabrá que con un grupo de amigos puede usar malas palabras sin agredir, pero que en el trabajo no puede dirigirse al jefe usando una de esas palabras, ni siquiera de manera jocosa.


Cómo actuar de otra manera


Si un nene de cinco años o más, en cuya casa no se utilizan, por lo general, malas palabras,  insulta a otro y la actitud es claramente agresiva, no de juego con el lenguaje, es necesario hablar con él para pensar en la situación que lo llevó a decir eso, de qué otra forma se podría haber defendido y, también, para explicarle que decir algo feo puede ser tan grave como golpear.

A esta edad los chicos tienen una posibilidad de comprensión y de resolución de situaciones que no tenían a los tres años, por lo que se puede poner un límite de la misma manera en que decimos: “Pegar, no. Gritarle al otro, no”.

Entonces insultarlo, tampoco.

Niños Crianza y familia