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¿Cómo aceptar la vejez de nuestros padres?

Uno de los momentos clave de la vida es cuando percibimos que nuestros padres empiezan a envejecer. Ese “darse cuenta” tiene que ver en general con la percepción de cada uno sobre el paso del tiempo y los signos de envejecimiento de uno y de sus padres.

  •  ¿A partir de qué hechos cotidianos empieza a aparecer esa sensación y qué sentimientos genera en una persona?

Los indicios de que nuestros padres están envejeciendo a veces son nimiedades y otras veces no. Las señales suelen ir apareciendo de a poco y pueden pasar desapercibidas hasta que un día miramos para atrás y nos damos cuenta de la diferencia.

La lentitud, la falta de energía, la pérdida de agilidad motora y mental, de memoria, la desatención, el deterioro físico, son las señales de cambios progresivos o repentinos que avisan de un proceso que no se revierte como quisiéramos o habíamos esperado.

Muchas veces la reacción es el enojo hacia ellos: “¿Pero qué me estás diciendo?” “¿Ya te olvidaste que quedamos para mañana?” “¿Cómo, no vas a venir, estás cansado?” “Contaba con vos, te iba a pedir que…”.

Otras veces nuestra respuesta ante esa vejez es la desazón, el desconsuelo, la impotencia, la tristeza. O bien tendemos a negar, a pensar que es algo pasajero, debido a otros factores (enfermedad, stress, descuido).

Pero no solo emergen sentimientos negativos. La vejez de nuestros padres también nos trae la oportunidad para expresar la ternura, el amor, el cuidado y el acercamiento.

  • ¿Cuál es la manera más sana de atravesar esa etapa de cambio? ¿Qué consejos se puede dar a alguien que se encuentra en esa circunstancia?

 Si uno es capaz de aceptar y asumir que el paso del tiempo es inexorable y les llega a todos, la vejez de los padres abre la oportunidad de compartir con ellos esta nueva etapa y promover encuentros que probablemente antes no se habían dado, conversaciones, espacios que antes no teníamos, reparar algunas heridas o cerrar asignaturas pendientes. También esta posición propicia vivir mejor la propia vejez.

A algunas personas les ocurre que sienten que pasan a ser “padre” en vez de hijo, y los padres pasan a ser sus “hijos”, ¿esto es así?

La sensación de que uno pasa a ser “padre” de sus padres ocurre de alguna manera, al menos en cuanto a los cuidados. Pero si los padres conservan la lucidez y la sabiduría que da la experiencia y la vida bien vivida, no tienen por qué perder la condición de referentes. Incluso aunque ya no mantengan esas facultades, si lo fueron antes, seguirán siéndolo, porque la función paterna es más simbólica que concreta.

  • ¿Qué prioridad pasan a ocupar los padres en la vida de una persona?

 Cuando la vejez de los padres los lleva a requerir imperiosamente de nuestra atención, ellos pasan a ocupar la prioridad uno, muchas veces porque la necesidad es perentoria, si se trata de una enfermedad que los deja postrados, por ejemplo.

  • ¿Qué papel juega la culpa en las decisiones que uno toma en estos momentos?

En términos generales, la culpa es insoslayable. Nadie está exento de sentirse culpable y los argumentos son tantos como podamos imaginar: no le di lo suficiente, no estoy a la altura de las circunstancias, no me los banco, no puedo estar pendiente de ellos, me supera la demanda permanente, no soy capaz de devolverles lo que hicieron por mí, etc. La culpa es siempre mala consejera y no sirve para hacerse cargo ni de la propia responsabilidad ni del propio deseo.

  • ¿Qué mecanismos psicológicos se juegan cuando uno piensa en la posibilidad de internar a los padres en un geriátrico?

La mayoría de las personas que en un momento tuvieron que tomar la decisión de internar a sus padres en un geriátrico, siempre pensaron que ellos nunca lo iban a hacer. Lo cierto es que uno llega a esa decisión cuando constata que la situación de cuidado y atención de sus padres se ha vuelto inmanejable y que el precio que se paga por no poder asumir esa realidad es muy alto: sacrificar a la propia pareja, a los hijos o el trabajo.

Y darse cuenta que encima ese sacrificio no siempre contribuye al bienestar de ellos, porque a veces se sienten peor que en un lugar apropiado, donde puedan atender bien no solo sus necesidades sino también sus deseos de comunicarse, de recrearse, de estar acompañados. Pero se necesita tiempo para elaborar y madurar esa decisión, que incluso puede consensuarse con ellos, si están dadas las condiciones.

 

Asesoró: Licenciada Lila Isacovich, Psicoanalista y Directora del Área Asistencial de la Fundación Buenos Aires