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Preocupación excesiva: qué es y cómo evitarla

La preocupación antes de una entrevista de trabajo, un examen o alguna situación en particular es normal, sin embargo, deja de serlo cuando comienza a afectar la calidad de vida.

Cuando la preocupación deja de estar dentro de los niveles de lo razonable o “normal”, empieza a ser preocupante en sí misma. Porque si bien esta sensación sirve como alerta ante distintas situaciones y ayuda a prevenir problemas, puede convertirse en algo exagerado y nocivo para la persona que la sufre. 

Hay distintos factores que pueden determinar el grado de preocupación, entre ellos la situación por la que se está pasando, la capacidad que uno tenga o que sienta que tiene para defenderse, sobreponerse y actuar ante esa circunstancia o problema, y el grado de apego hacia personas o cosas, que muchas veces lleva a sentir miedo ante la posibilidad de perderlas. Estos aspectos pueden resultar en un combo normal o en uno “explosivo” si de preocupación se trata.


¿Cuándo deja de ser normal la preocupación?


Puede decirse que la preocupación normal tiene que ver con la prudencia y el miedo “sano” y que empieza a perder esa normalidad cuando se transforma o lleva a sentir fobia, ataques de pánico y/ o trastorno de ansiedad generalizado (TAG).

Si bien hay miedos que son simplemente miedos, y que está bien sentirlos, hay otros que están ligados a las fobias, como por ejemplo el miedo a volar, que impide a una persona subirse a un avión y que tal vez tiene su asidero en una situación pasada que nada tiene que ver con los aviones. Lo malo es que estas fobias pueden ir extendiéndose y restringiendo cada vez más áreas de la vida.

Por otro lado, el ataque de pánico es una crisis puntual que puede durar, por ejemplo, una hora, y que viene de la mano de síntomas físicos como sudoración, taquicardia, hipertermia, opresión en el pecho, etc.
 
A diferencia de los ataques de pánico, el trastorno de ansiedad generalizada dura meses y meses y no es sólo un miedo a nivel psíquico, sino que también tiene manifestaciones somáticas muy importantes como falta de concentración, alteración del sueño, cansancio constante,  irritabilidad, dificultades para relacionarse con la gente, etc.

El punto de inflexión es cuando esta preocupación excesiva comienza a restar calidad de vida, cuando aquél disfrute por la casa, la pareja, el trabajo y los vínculos, se pierde. Cuando las preocupaciones alteran esas capacidades de amar y trabajar en lo que a uno más le gusta, es hora de actuar y de pensar en una consulta profesional.


¿Hay manera de evitar estas sensaciones?


Antes que nada, las personas deben saber que tienen derecho a sentir angustia, a estar tristes de vez en cuando, y que lo importante es reconocer cuando se trata de una etapa o circunstancia normal o de un problema para tratar.

Es necesario sentir una confianza básica en uno mismo, confianza básica en la vida y en lo que ella puede ofrecer. Confianza en que uno puede hacerle frente a eso y no sentirse permanentemente vulnerable o indefenso, a expensas de lo que pueda ocurrir.

Si algo genera preocupación, entonces hay que tratar de actuar, hacer algo al respecto y no quedarse de brazos cruzados. Si en cambio eso que preocupa no tiene solución posible o a la vista, hay que tener confianza, vivir, disfrutar y no permitir que la angustia gane protagonismo.


Asesoró: Lic. Cintia Amor, psicóloga

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