Pasar al contenido principal

Empezar la secundaria: una nueva experiencia para toda la familia

Después de toda la emoción que significó el fin de la escuela primaria, así, sin respiro, los hijos nos llevan de la mano al primer día de clases del secundario. Más sencillo o más complejo, según cuánto cambio implique (si cambian de escuela, de compañeros, si hubo un agotador curso de ingreso…), poner el pie en la secundaria es, sin duda, una revolución familiar.

Los padres que llevaron al chiquitín por primera vez al jardín son los mismos que hoy lo acompañan hasta la puerta del secundario. En aquel entonces los hijos no se querían desprender de las figuras que les daban seguridad y había que hacer “adaptación”. Ahora, los padres son una “molestia” a la que hay que despachar rápidamente porque les da vergüenza la más mínima muestra de afecto.

¿No hay adaptación para los padres que quedan abandonados en la puerta del secundario, una vez que se cierra la puerta? ¿No hay contención? Porque la verdad es que la necesitan…

Ver crecer a los hijos es hermoso… ¡y terrible! Es difícil porque:

  • ellos se transforman en adolescentes mientras los padres nos ponemos cada vez más “maduros”
  • sentimos que “se nos van de las manos”
  • que no nos prestan atención como cuando éramos el centro de sus vidas
  • su independencia puso en el tapete la palabra “permisos”
  • los cambios corporales son vertiginosos y no reconocemos a nuestro bebé en ese larguirucho al que le crecen pelos por todos lados
  • nos asusta saber y poder acompañarlos en el inicio de su vida sexual
  • nos asustan los peligros que acechan a los adolescentes de hoy en día


Y la lista sigue, seguramente cada padre podrá poner su ítem particular.

Pero el primer año del secundario viene con sus fantasmas bien específicos: ¿se hará nuevos amigos?, ¿responderá bien a la exigencia?, ¿podrá organizarse con la enorme cantidad de materias, profesores, carpetas y libros?

Y a esos temores se suman, por ejemplo, el hecho de que viajen solos, que anden con el celular por la calle, que puedan robarles…


¿Cómo acompañarlos?
 

  • Estando tan presentes en sus vidas como cuando empezaron el jardín… pero de una manera más sutil: sin sobreproteger, sin empalagar, demostrándoles que estamos ahí para cuando ellos consideren que nos necesitan.
  • Sin inmiscuirse con su grupo de amigos: probablemente, ya no quieren que les preparemos la leche con bizcochuelo cuando traen amigos de la escuela a casa. Es más, tal vez tarden en traerlos y los padres, acostumbrados a los “programas” multitudinarios de la escuela primaria, piensen que su hijo “está aislado”… hay que darles tiempo y, cuando los amigos aparecen, no hacerse los “cancheros” ni pretender que contesten un cuestionario sobre sus vidas y sus familias.
  • Facebook: si los padres decidieron estar en contacto con sus hijos por este medio, por distintas razones, van a participar (aunque sea leyendo) de conversaciones entre pares que lo van a sorprender y escandalizar. No hay que decir ni una palabra; son otros tiempos y otros códigos, sólo hay que estar alertas, pero sin criticar ni juzgar. Cada generación tiene sus códigos y encuentra con qué espantar a la anterior, por más “de avanzada” que esta se crea.
  • Atención sin exceso: si le va bien en el colegio, no hay mucho más que hablar. Tal vez quisiéramos que estudiara más tiempo, que hiciera resúmenes, que buscara en libros y no solo en la Web… dejemos que la escuela se ocupe de eso. No pretendamos que aplique nuestro sistema de estudio: cada uno tiene que encontrar el propio.
  • Si tiene problemas en relación al aprendizaje: acompañamiento y paciencia. Primer año suele ser “bisagra” y hay chicos que se llevan materias, no es la muerte de nadie. Con la experiencia, ellos aprenderán a graduar sus esfuerzos según su conveniencia.
  • Recordando todos los días, como un mantra, que del error se aprende y que nuestro hijo está haciendo su experiencia y construyendo su propio camino.
  • “Penitencias”: ya están grandes para eso, pero si tienen muchas materias bajas, es lógico que no van a poder salir todo lo que quieran. En la vida todo tiene consecuencias, cada uno elige qué se derivan de sus acciones. Apuntar siempre a la responsabilidad, no al castigo.
  • Pedir entrevistas con el tutor del colegio o la figura equivalente si lo consideramos necesario y hacer una consulta psicológica si no podemos con algún problema. Primero, que vayan los padres. Muchas veces con eso alcanza…
  • No dejar pasar el momento mágico del diálogo: cuando un adolescente quiere hablar, cuando quiere hacer una pregunta, hay que dejar lo que se está haciendo para escucharlo, porque no es como el nene chiquito que va a querer jugar cuando los padres estén dispuestos y los va a esperar con paciencia infinita. No, ese momento de conexión con el adolescente puede no volver a repetirse en semanas…
  • No juzgar, no criticar: cuidado, la idea no es alejar a los hijos sino demostrarles que somos capaces de adaptarnos a sus cambios.
  • Ir a las reuniones que solicite el colegio: en el secundario, suelen ser escasas, no hay que perdérselas pensando que pronto habrá otra.
  • Aprender a confiar en la información que lleva y trae nuestro hijo: por lo general, el cuaderno de comunicaciones dejó de existir o se transformó completamente. Los padres ya no podemos desearle feliz día a la maestra, ni contarle que nuestro hijo estuvo con fiebre el fin de semana, que cualquier cosa por favor nos llame…
  • Hablando con padres que también tienen hijos adolescentes: esto es muy útil para ver que hay comportamientos generales, no es “nuestro” hijo que “nos hace” tal o cual cosa.
  • Básicamente, recordándonos a nosotros mismos en esa etapa.
Adolescentes Psicologia, educación y familia