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Noviazgos violentos en la adolescencia: señales de alerta

Es difícil imaginar que un noviazgo puede ser violento en la adolescencia, donde aparecen los primeros amores y aún se conserva cierta inocencia. Sin embargo, las víctimas de noviazgos violentos suelen ser las adolescentes y jóvenes de entre 14 y 21 años.

A veces, sin ser realmente conscientes, avalamos mandatos que colocan a hombres y mujeres en una relación desigual. Por ejemplo, en los cuentos que nos leían en la infancia, y que tal vez les leemos a nuestros hijos, a ellas les toca ser pasivas, delicadas, frágiles, e incondicionales, mientras que de ellos se espera que tomen la iniciativa, sean activos, protectores, dominantes y no demuestren sus sentimientos. Y este es solo uno de tantos ejemplos. 

El problema es que la desigualdad, el poder de uno sobre el otro, es el origen de la violencia.

Por eso, además de educar en la igualdad a niños y niñas, enseñarles a valorarse y respetarse entre ellos, debemos asegurarnos de que crezcan en un ambiente libre de violencia y sometimiento para evitar vínculos nocivos en un futuro.

Para esto, es importante derribar los mitos que giran en torno del amor reproduciendo estas desigualdades, y hablarlos con nuestros hijos:

- La media naranja: el mito de la media naranja es una creencia basada en que existe una “pareja ideal” para cada uno, que está predestinada, de algún modo, para toda la vida y sin elección posible. Esto puede llevar a una tolerancia excesiva y a permitir y justificar cualquier conducta de la otra persona, porque “es la pareja que me tocó”. Además, fortalece la idea de que estamos incompletos hasta que no encontramos un gran amor. Es cierto que nuestra pareja nos puede complementar, pero cada uno de nosotros es único, completo e irremplazable.

- No comamos perdices: el mito de “fueron felices y comieron perdices” lo tenemos presente desde la infancia a través de los cuentos en los que, al final de la historia, el príncipe azul se enamora de la doncella. Estos relatos tradicionales transmiten estereotipos de género, es decir los roles que le tocan socialmente al varón y a la mujer: la doncella es delicada, dulce y linda, mientras el príncipe es fuerte, protector y cuida de la doncella. Todo eso, de alguna manera, puede marcar nuestras relaciones, llevándonos a aceptar cualquier conducta de nuestra pareja aunque nos lastime, e idealizando los vínculos. La felicidad se construye diariamente y las relaciones tienen altibajos, pero tenemos que poder reconocer cuál es el límite de lo que nos hace mal y no debemos permitir.

- Te cela porque te quiere: este mito se basa en la creencia de que “los celos son un signo de amor” e incluso un requisito indispensable de un verdadero amor. Suele usarse para justificar comportamientos controladores, represivos y, en ocasiones, violentos. Sin embargo, los celos parten de la desconfianza en uno y en la otra persona, y terminan por ser perjudiciales para ambos. El respeto y la confianza hacia la otra persona y hacia uno mismo sí son un signo de amor.

 

Señales de un vínculo violento


Cuando la violencia no es física, es decir, no hay golpes de por medio, es más difícil detectarla o aceptarla como tal porque muchas veces se naturaliza o se la percibe como algo normal. Sin embargo, estas actitudes violentas pueden ir aumentando con el tiempo.

En este sentido, los padres debemos explicar que hay ciertas conductas que no se pueden permitir en una pareja. Como por ejemplo:
 

  • Que nos critique o pretenda que cambiemos nuestra manera de vestir, maquillarnos o de ser.
  • Que revise todos nuestros mensajes en el celular. Quiera saber a toda hora con quién hablamos, dónde y con quién estamos.
  • Que nos pida la contraseña de Facebook o Twitter como “muestra de amor”.
  • Que nos toque sin nuestro consentimiento o nos presione para tener relaciones sexuales.
  • Que nos diga que no pasamos tiempo juntos, e intente que pasemos menos tiempo con amigos.
  • Que nos haga sentir menos, nos ignore o humille cuando estamos solos o con otros.
  • Que sea una persona simpática y respetuosa con los demás, pero diferente con nosotros.
  • Que nos prohíba hacer ciertas actividades como estudiar, trabajar, salir, ver a familiares o amigos.
  • Que se ponga celoso de las personas que nos rodean.
  • Que no le guste que salgamos con amigos y si lo hacemos, todo el tiempo nos llame al celular.
  • Que amenace con dejarnos si no cambiamos, o con suicidarse si lo dejamos.
  • Que culpe a los demás por su conducta o nos diga que nosotros sacamos lo peor de sí mismo.


Estas señales advierten que la relación de pareja está siendo posesiva, dominante, y limitante de la libertad. De hecho, pueden ser el inicio de lo que se conoce como “ciclo de la violencia”, que tiene distintas fases: enamoramiento, tensión, irritabilidad, explosión, reconciliación, y vuelta a empezar.

En este ciclo, a la tensión y la agresión sobrevienen la calma, la reconciliación y el arrepentimiento, con la promesa de que no va a volver a suceder. Entonces, vuelve la etapa de enamoramiento y el agresor se comporta de manera ejemplar, ¡mejor que nunca! Pero a esta falsa ilusión sigue un nuevo ciclo de acumulación de tensiones.

El que maltrata, por lo general, no se detiene por sí solo. Si la pareja permanece a su lado esperando o intentando que cambie, el ciclo comienza una y otra vez, cada vez con más violencia. Es un espiral en que la violencia va en aumento y del que es difícil salir sin pedir ayuda.

Si nuestra hija está pasando por una situación así, hay algunos indicadores que pueden servirnos de guía:

- Cambia bruscamente su comportamiento

- Se muestra más irritable

- Se aísla de sus amistades

- Su pareja hace comentarios sobre la ropa que lleva de manera despectiva

- Comenta que va a cerrar o cambiar su perfil de una red social porque su pareja la controla

- Recibe mensajes permanentes de su pareja preguntando dónde y con quién está

 

¿Qué hacer en estos casos?

 

Como padres es importante abrirse al diálogo sin juzgar ni presionar. Hay que tener en cuenta que esta violencia se da en el marco de relaciones afectivas y que la adolescencia es una etapa de separación, de diferenciación de los adultos referentes.

Si sospechamos, por ejemplo, que nuestra hija está viviendo un noviazgo violento, podemos pedirle a una amiga o hermana que sea la primera en hablar con ella y luego interceder. Porque a veces las chicas pueden pensar que a los padres “no les gusta su novio” y por eso tratan de separarlas de él.

Antes de terminar una relación violenta pueden surgir sentimientos de culpabilidad, miedo e incapacidad para dar el primer paso. Por eso es tan importante apoyar, acompañar, escuchar y no tratar de minimizar lo sucedido.

Consultar con un profesional en caso de sentirse desbordados por la situación es una opción recomendable.

En este link pueden encontrar espacios de ayuda para consultar en casos de violencia.

 

Asesoró: Mabel Bianco, presidenta de Fundación
para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM)

Adolescentes Psicologia, educación y familia